cómo odio este sentimiento de abulia, de que el alma se me va metiendo entre las carnes como una raíz empecinada y que pronto seré un mueble de esos que tienen una pata rota que nadie se molesta en reparar

qué injusto soy por acordarme ahora, justo ahora, de lo lindo que sonreías; pero, a pesar de todo, sólo quería decirte que ninguna enfermedad puede arrancar esa sonrisa del papel en que, con trazo firme, la dibujó el puño apretado del amor

(para mi tía, que está)

la serpiente, ah, la bicéfala, en la concavidad de mí, una de sus cabezas matándome de vida y la otra viviéndome de muerte, los bichos fríos de la razón recorriéndonos mi cuerpo a los tres